Informante busca periodista
para darle un dato

Snowden es el arquetipo de esta era de informantes globales. Cuando salió a la luz, el soldado Bradley Manning ya estaba preso por haber filtrado una gran cantidad de secretos y Julian Assange estaba asilado en la embajada de Ecuador en Londres. A diferencia de Manning, que dejó un reguero de pistas personales antes de la filtración, y de Assange, que hizo del activismo un culto a la personalidad, Snowden solo hizo su primer movimiento después de un cálculo al milímetro que le permitió aparecer de la nada y hacer planteamientos con cierto aire visionario, muy bien estructurado, sobre las repercusiones de su filtración ya no para la sociedad estadounidense, sino para cada individuo en el planeta. El eje de esa estrategia era asegurarse la intervención de Glenn Greenwald, un periodista conocido por sus antecedentes como abogado de derechos humanos y por su cobertura del espionaje masivo cometido por la NSA, la agencia de inteligencia especializada en el recojo de información y análisis de datos. El contacto entre ambos es una prueba a escala de los desafíos del periodismo para entender y registrar hechos de interés público en la sociedad digital de este tiempo. El informante más famoso desde Garganta Profunda no solo filtró secretos al periodista. Tuvo que alfabetizarlo en recursos técnicos antes de ponerse a trabajar.

“Las computadoras no hacen bueno a un mal reportero. Lo que hacen es convertir a un buen reportero en uno mejor”.
Elliot Jaspin, premio Pulitzer 1979 de Periodismo de Investigación

El primer contacto se produjo en diciembre del 2012. Snowden envió a Greenwald un e-mail con seudónimo que empezaba con una defensa de la seguridad de las comunicaciones entre las personas. Siempre desde el anonimato, el autor del mensaje explicaba al investigador que utilizar una cuenta normal de correo ponía en peligro a la gente que quisiera transmitirle información sensible. No era una sorpresa, las historias sobre el espionaje a través de Internet habían generado titulares durante casi toda la primera década del siglo XXI y en los últimos años se habían concentrado en el papel de los gigantes de la comunicación en línea para facilitar la vigilancia gubernamental en países de poca tradición democrática como China o Siria. La fuente misteriosa sugería que el periodista se instalara un programa de encriptación, un software que permite codificar desde las contraseñas hasta los mensajes para hasta hacer imposible que una tercera persona, agencia o gobierno, interceptara sus comunicaciones. Incluso se ofrecía a darle una mano si le resultaba difícil. “Hacía tiempo que yo quería usar software de encriptación”, escribe Greenwald en el libro Sin lugar donde esconderse, que cuenta detalles de la investigación. “Sin embargo, el programa es complicado, sobre todo para alguien como yo, poco ducho en programación y ordenadores. Era una de estas cosas para las que nunca encuentras el momento”.2

El programa al que se refería Greenwald se llama PGP, siglas en inglés de Pretty Good Privacy (Seguridad Muy Buena). Es una herramienta popular entre hackers y toda clase de gente que vive en riesgo de ser espiado. Funciona con una clave especial que uno debe intercambiar con el remitente para establecer un contacto seguro. “En esencia, el programa envuelve los e-mails con un escudo protector que es una contraseña compuesta por centenares, incluso miles de números aleatorios y letras sensibles a las mayúsculas”, cuenta Greenwald en su libro. Incluso los programas de desciframiento más avanzados de las agencias de inteligencia más poderosas tardarían años en vulnerar esa protección. Aunque Greenwald conocía sus beneficios al haber escrito sobre casos como el de Wikileaks o Anonymous, no lo había incorporado a sus herramientas ni estaba dispuesto a dedicarle tiempo.

Días después, el remitente anónimo volvió a escribirle con una serie de instrucciones para instalar el programa. Incluso le ofreció contactarlo con algún experto para que le ayudara a empezar. Greenwald ofreció hacerlo, pero tampoco movió un dedo. Tenía mucha carga de trabajo y nada le garantizaba que hacer el esfuerzo trajera a cambio una gran historia. Semanas después, el personaje desconocido insistió en facilitarte las cosas con un video tutorial que llevaba por título: “PGP para periodistas”. Ni siquiera por eso, Greenwald se puso en acción. Tampoco lo haría en los dos meses siguientes. Para entonces, el informante había buscado otra vía para seguir con sus planes: buscó a la documentalista Laura Poitras por la sencilla razón de que ella sí usaba programas de encriptación. Fue Poitras quien supo por primera vez las dimensiones de la fuente y sus secretos. “Así de cerca estuve de perder las filtraciones más importantes y trascendentales para la seguridad nacional en la historia de Estados Unidos”, reconocería Greenwald. Su suerte estuvo en que Snowden insistió en trabajar con él.

44 trillones de gigabytes de datos habrá en el universo digital en el 2020, según proyecciones de la consultora tecnológica IDC.

Tiempo después, tras una serie de medidas de seguridad que incluyeron crear nuevos e-mails encriptados, más claves y la ayuda de un experto en seguridad informática como intermediario, la propia Laura Poitras encargó a este tecnólogo aliado que le enseñara a Greenwald un sistema todavía menos conocido llamado Tails (siglas de The Amnesic Incognito Live System), que solo se usa desde un dispositivo portátil.3 El experto preparó una versión especial para el reportero en un USB azul y se lo envió por correo hasta Brasil. Es el accesorio que aparece conectado a la computadora de Greenwald mientras entrevista a Snowden en una habitación de Hong Kong para el documental Citizenfour. Así comenzó la historia. En su actual perfil de Twitter, Glenn Greenwald señala que tiene disponible su llave pública de PGP y su respectiva huella digital, un número más corto, de apenas 40 dígitos, que facilita la confirmación de la llave. También es una huella del aprendizaje que representó su encuentro con Snowden en un fragmento de la historia en que la tecnología ya no es un accesorio, sino parte del hábitat en que transcurre la experiencia humana.

  • 2 GREENWALD, Glenn. “Sin lugar donde esconderse. Edward Snowden, la NSA y el estado de vigilancia de EE.UU.”. Barcelona: Ediciones B, 2014.
  • 3 LEE, Micah. “Ed Snowden taught me to smuggle secrets past incredible danger. Now I teach you”. The Intercept. En: https://theintercept.com/2014/10/28/smuggling-snowden-secrets/ [Visualizado: 22 de noviembre de 2015]