Desde la filtración más impactante del siglo, existe la idea de que un día los periodistas tendremos que imitar a los astrónomos para capturar certezas en el expansivo universo digital. No todos vamos a escribir sobre el espionaje de los servicios secretos occidentales ni sobre los planes de ciertos gobiernos para capturar Internet –aunque deberíamos tenerlo en agenda–, pero tan valioso como eso es tener los instrumentos para entender esta era de los datos. Incluso antes de los atentados del 11 de septiembre, ya se sabía que la mayor agencia de inteligencia estadounidense estaba interceptando 1.700 millones de comunicaciones en un día. Con las revelaciones de Snowden se supo que en el 2013 la misma agencia alcanzó a capturar un billón de metadatos que permiten desde saber qué busca la gente en Internet, cuáles son sus aficiones e incluso cuál será su comportamiento en el futuro inmediato. Ese mismo año, un catedrático estadounidense calculó que el volumen de información almacenado en el mundo era de 1.200 exabytes, equivalente a cubrir de libros toda la superficie de Estados Unidos unas cincuenta y dos veces.4 Casi no hay proceso que no pueda ser cuantificado. ¿Cómo entender una cantidad de datos que, puestos en CD, daría para formar una torre hasta la Luna?