Desde que Wikileaks dinamitó la industria global de los secretos, el periodismo de investigación se ha visto envuelto en una fiebre por los datos. Ahora es posible rastrear la corrupción en varios continentes, detectar empresas y personajes que buscan evadir impuestos en todo el mundo, o entender los movimientos internacionales del crimen organizado. En setiembre de 2011, el periodista australiano Gerard Ryle, del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ), recibió un disco duro con 2.5 millones de archivos. Dos ingenieros en computación convirtieron esa marejada en una base de datos confiable. A partir de allí se realizó un intenso reporteo que reveló las operaciones de más de 122 mil empresas y 130 mil personas en las sombras del sistema financiero mundial.
El hallazgo despertó elogios, pero también alertas. “El periodismo de investigación no debe confundirse con lo que ha sido etiquetado como ‘periodismo de filtraciones’”, dice David Kaplan. Esta observación es un misil al centro del debate sobre el encuentro entre periodismo y tecnología. ¿Son válidos los documentos obtenidos por hackeo? ¿Cómo hacer que nos digan lo que en verdad necesitamos saber? Hay que ver las hojas de cálculo como fichas forenses de la realidad: ofrecen detalles, pero la verdad requiere trabajo. “Las habilidades básicas de los periodistas de investigación –señala Kaplan– son similares a las de los más calificados fiscales y policías, antropólogos de campo e investigadores privados: el uso de fuentes primarias, verificación de la evidencia, entrevistas a testigos de primera mano, y el seguimiento a los rastros de personas, documentos, y el dinero”.
Las mejores muestras del periodismo de investigación reciente se han generado también por el acceso a información pública o la construcción de bases de datos nuevas, con información recopilada de diferentes fuentes, para responder a una pregunta que nadie se había hecho antes. A continuación algunos ejemplos notables.