Nunca como ahora los periodistas estuvimos expuestos a impresionantes cantidades de datos: cada minuto se publican 277 mil tuits, Facebook registra más de dos millones de publicaciones, se envían 204 millones de correos electrónicos y YouTube almacena 72 horas de videos, según Worldometers, un sitio web que publica estadísticas en tiempo real. Esta sobreabundancia de información que circula en el mundo digital nos obliga a elevar los criterios de verificación de la calidad de las fuentes y los datos que usamos para generar noticia. No son pocos los casos en los que reporteros y medios de comunicación han sepultado su credibilidad por la falta de rigor en el manejo de las fuentes.
En diciembre de 2016, días después de las elecciones en Estados Unidos y ante la amenaza de ser demandado, The Washington Post se vio obligado a reconocer la poca fiabilidad de la fuente que utilizó en un reportaje sobre una supuesta “sofisticada campaña de propaganda rusa que buscó perjudicar a Hillary Clinton y beneficiar a Donald Trump” durante la batalla electoral por la presidencia. El destape del diario se basó en un informe de PropOrNot, un grupo anónimo de supuestos científicos y analistas estadounidenses, que difundió un documento en el que identificó más de 200 páginas web que -según su punto de vista- publicaban o promovían de forma consciente o involuntaria la propaganda rusa.
PropOrNot incluyó en dicha lista a varios medios estadounidenses con posiciones críticas hacia la realidad política del país y los culpó con argumentos deleznables de ayudar a las autoridades rusas a difundir "noticias falsas" para que Donald Trump gane la presidencia de Estados Unidos. The Washington Post publicó dicha información como si se tratara de un documento de inteligencia fiable. Sin embargo, cuando al menos dos de los medios aludidos —Naked Capitalism y The Intercept— anunciaron que lo llevarían a juicio “por difundir información falsa", el periódico reconoció que hizo noticia basado en un documento con incongruencias y errores que habría sido descartado como fuente si se aplicaba un proceso básico de verificación de datos.
“No hay fuente, por privilegiada que sea, que no exija contrastes adicionales”, dijo el director del prestigioso diario español El País, Jesús Ceberio, tras reconocer el grave error de su primera plana que atribuyó a ETA el atentado en la estación de trenes de Atocha, en Madrid, el 11 de marzo de 2004. Los editores del periódico no tenían pruebas sobre la autoría del ataque, pero recibieron la llamada telefónica del entonces presidente José María Aznar, quien confirmó dicha información que antes había sido comunicada al diario por un funcionario de su régimen. “El compromiso de transparencia hubiera exigido atribuir esa información al Gobierno en lugar de asumirla con un enorme titular a toda plana. Ese grave error no es enteramente atribuible a la fuente, sino a la falta de aplicación de una mínima cautela profesional”, lamentó Ceberio.
En su artículo “Manejo de fuentes en el periodismo”, el catedrático y coordinador de redacción del diario La Voz del Interior de Argentina, Julio Perotti, dice que cualquier manual de estilo periodístico que se revise aportará una serie de pautas elementales sobre el vínculo entre el periodista y una fuente, pero el asunto es, por encima de todo, de base ética. Perotti señala que el punto central para el periodista está en determinar: el grado de utilidad de los datos que obtiene de las fuentes, cuánto éstas ocultan y cuánto tergiversan, cuán validadas están para ofrecer información y el impacto social de las noticias que se vuelquen en la cobertura.