Se busca exterminadores de noticias falsas

De cómo el fact-checkig se ha vuelto el remedio preciso contra las mentiras virales en Internet
El medidor de la verdad de Politifact, uno de los sitios de verificación más importantes de Estados Unidos.
 

En noviembre del 2016, el diario estadounidense The Washington Post publicó un artículo que denunciaba la existencia de una red de medios de comunicación que estaba sirviendo a una supuesta estrategia de desinformación promovida por Rusia para enrarecer las elecciones de los Estados Unidos con noticias falsas. La denuncia era grave: confirmaba una conspiración masiva dirigida por una potencia extranjera para manipular el traspaso del poder en el país autodenominado líder del mundo libre. La noticia fue compartida miles de veces, incluso por muchos periodistas, lo que acrecentó el alcance de la publicación. Hubiera sido el destape del año, de no ser porque pronto aparecieron grietas crecientes en la historia. La denuncia sobre noticias falsas tenía todos los elementos para ser, en sí misma, falsa.

El primero que llegó al fondo del asunto fue el reportero Glen Greenwald, el mismo que hace unos años reveló la operación de espionaje masivo más grande de la historia filtrada por Edward Snowden. Greenwald, quien desde su auto exilio en Brasil sigue remeciendo la coyuntura mundial con el sitio The Intercept, empezó a rastrear todos los hilos que le sonaban extraños. Para empezar, el reportaje estaba basado en el reporte de un desconocido sitio en línea llamado PropOrNot, que se definía como una organización independiente de expertos en temas políticos, militares y de seguridad, que tenía una importante red de organizaciones aliadas.

Greenwald descubrió que en realidad no eran expertos independientes, sino que varios eran consultores o ex militares que en su tiempo estuvieron involucrados en las escaramuzas de la Guerra Fría. Y confirmó que muchos de los supuestos aliados nunca habían oído de esa organización hasta que leyeron el reportaje del Post. Cuando Greenwald trató de entrevistar al autor del reportaje acerca de sus fuentes, el periodista del Post le respondió de manera cortante que tenía la política de no hacer comentarios sobre sus trabajos.

I
INFLEXIBLE. El periodista Glenn Greenwald sometió a verificación los reportajes del Washington Post sobre la supuesta conspiración rusa para afectar las elecciones con noticias falsas. Encontró que no se ajustaban a la verdad.

 

“Lo que pasó aquí es la esencia de las noticias falsas. La historia del Post sirvió a las agendas de diferentes facciones: aquellos que quieren creer que Putin le robó la elección a Hillary Clinton; aquellos que quieren creer que Internet y las redes sociales son una amenaza que necesita ser controlada, en contraste con la verdad objetiva que los antiguos medios confiables alguna vez emitieron; y aquellos que quieren la resurrección de la Guerra Fría. Así que aquellos que vieron tuits y post de Facebook que difundían esta historia del Post instantáneamente cliquearon y la compartieron sin una pizca de pensamiento crítico o examen para saber si las afirmaciones eran verdaderas, porque ellos querían que fueran verdaderas. Ese comportamiento incluye a varios periodistas”.

La pesquisa de Greenwald tuvo el impacto de un análisis forense en pleno debate sobre de la naturaleza del proceso noticioso, esa dinámica en que tradicionalmente un medio de comunicación recogía información que procesaba de acuerdo a ciertos estándares y la entregaba en forma de noticias a una comunidad de lectores que a su vez eran –son–ciudadanos, sujetos con derechos y capacidad de acción. En la segunda mitad del siglo XXI, el proceso ha colapsado. Por las mismas semanas en que el Post se petardeaba a sí mismo, una fuente anónima filtró a varios medios estadounidenses una información –que incluía un ensayo académico y un análisis técnico–, según la cual el entonces candidato presidencial Donald Trump había usado un servidor secreto para comunicarse con Rusia. El único que publicó la historia fue Slate. Tras un proceso elemental de verificación, el sitio The Intercept encontró que, a lo más, se trataba de un caso de spam y que no había evidencia alguna de que Trump tuviera que ver.

¿Por qué de pronto una marejada de historias inventadas pone en crisis la industria global de las noticias? “El gran motivo de que las noticias falsas tengan tanta repercusión es que la gente no confía en los grandes medios, a menudo por buenas razones”, escribió Greenwald en su cuenta de Twitter a propósito de otra polémica sobre el uso de fuentes en las denuncias periodísticas acerca de una supuesta intervención del Kremlin en la política estadounidense. El experto Daniel Mazzone, catedrático de Periodismo Digital en la Universidad ORT Uruguay, lo ha explicado así: “lo que ha ocurrido es que caducó el contrato de comunicación con que nació el ecosistema de medios en plena revolución industrial, durante el siglo XIX”. Si los antiguos lectores solo podían esperar las noticias para estar al tanto de una realidad común, esa dinámica ha quedado desfasada. Ahora existe un nuevo ecosistema de usuarios activos que usan otras redes para informarse de manera más rápida, autónoma y gratuita, y con capacidad de generar y difundir sus propios contenidos.

SENTENCIA. Para Greenwald, la desconfianza del público hacia los medios es responsabilidad de los propios medios.
 

Durante un tiempo se pensó que la tecnología había liberado de ataduras la experiencia humana de enterarse de las cosas: para millones de personas el café de la mañana ya no iba acompañado del diario o la televisión, sino de una mirada a su timeline de Twitter o Facebook. Las redes sociales habían doblegado el poder de los medios y eso parecía bueno, más democrático, más justo. Les quitaba a las empresas periodísticas el monopolio de la realidad y nos permitía castigar sus sesgos como nunca antes en la historia. El fenómeno de las mentiras virales ha cambiado el panorama. Lo que era el espacio de la libertad se ha convertido en el espacio de la sospecha. El impacto de esta nueva realidad ha sido tan grande que varias voces llegaron a acusar a una hasta hace poco inocua red social como Facebook de haber influenciado negativamente en las elecciones en Estados Unidos, el punto de quiebre del nuevo ecosistema de la información.

Las principales críticas a la red azul eran que su autodeclarada condición de plataforma neutral daba paso a las noticias falsas sin asumir responsabilidad alguna por el impacto que estas pudieran tener en las audiencias. Por ejemplo, cuando un portal difundió supuestas declaraciones del Papa Francisco en apoyo a Donald Trump o cuando una página supuestamente periodística dijo que el actor Denzel Washington había celebrado la victoria del candidato republicano y calificado al presidente Barak Obama como un “anticristiano”. Todas eran informaciones falsas y fueron desmentidas pronto por los propios personajes mencionados, pero para entonces ya se habían vuelto virales como ciertas. El debate que se desató entonces alcanzó incluso al presidente Obama, quien llegó a quejarse de Facebook como uno de esos espacios en los que todo es verdad y nada es verdad a la vez. “Si no podemos discriminar entre argumentos serios y propaganda, entonces tenemos problemas”, dijo Obama poco después de las elecciones.

 

COBERTURA. Medios de gran alcance como Univisión han abierto secciones de fact-checking para producir contenido relevante y de impacto ante la proliferación de noticias falsas y afirmaciones sin sustento.

 

El gran dilema de ahora es cómo el nuevo ecosistema de la información responde a un desafío que todavía requiere definiciones de roles y procesos. La periodista Margaret Sullivan, especializada en comentar sobre la industria de los medios, llegó a sugerir que Fabebook debería dar un paso delante de todas las discusiones y contratar a un editor ejecutivo de alto nivel con todos “los recursos, el poder y el personal necesarios para tomar decisiones editoriales”. Aunque siempre ha estado claro que la de Zuckerberg es una compañía tecnológica y no un medio, Sullivan plantea esta premisa: “Facebook necesita alguien que pueda distinguir entre una fotografía ganadora del Pulitzer y una de pornografía infantil y que pueda separar una mentira sin fundamento de una historia cuidadosamente investigada”.

La propia industria tecnológica ha reaccionado con algunas medidas que buscan aminorar el impacto sin distorsionar su esencia. Una de las principales e inmediatas fue restringir la publicidad a sitios que difundan noticias falsas, bajo el principio de que violan sus términos de uso al difundir contenido que puede caer en la condición de ilegal, engañoso o que induce al error. Sin embargo, el asunto está más allá de unos ajustes de política corporativa y tampoco pasará con modificaciones específicas a los algoritmos que rigen lo que vemos en las redes. “El problema aquí es complejo, técnica y filosóficamente”, escribió Mark Zuckerberg en respuesta a las críticas. Una cosa es habilitar la opción de poner banderas o señales a los contenidos que algunos identifican como poco confiables o abiertamente falsos y otra cosa es establecer medidas que conviertan a la red social en un tribunal. “Debemos ser extremadamente precavidos para evitar convertirnos en árbitros de la verdad”, ha dicho el inventor de la comunidad virtual más grande del mundo.

 

CONTRAATAQU. El dilema acerca de la verdad es que cada vez resulta más fácil fabricar mentiras. Un equipo de investigadores presenta en este video una tecnologóa que permite manipular la imagen en video de personajes y hacerles decir cualquier cosa. 

 

Las noticias falsas son la plaga del siglo XXI que los profetas de los medios no previeron. “La confianza en la industria de las noticias está en el punto más bajo de todos los tiempos. La necesidad de una cobertura de noticias autorizada y confiable está en un máximo histórico. ¿Qué estamos haciendo con nosotros mismos y con el público al que servimos?”, se preguntó recientemente Jeff Jarvis, el reputado blogger, escritor y catedrático de CUNY. Algo ha cambiado de manera abrupta y lo estamos viendo en tiempo real. “Estamos en una transición y lo que se requiere es un nuevo contrato o si se quiere un nuevo formato de acuerdo para la circulación de la información, del cual deberán formar parte, inevitablemente, los medios de referencia y las redes de networking”, insiste Daniel Mazzone. Es en este este punto que el fact-checking se ha convertido en una apuesta unánime, la práctica hasta hace poco secundaria que puede contribuir a limpiar el debate público como un centenar de espacios en el mundo ha estado haciendo de manera creciente en los últimos años.

Precisamente, a mediados de noviembre del 2016, una red global de organizaciones dedicadas al fact-checking envió una carta que servía de invitación y a la vez de respuesta a Mark Zuckerberg: era una propuesta para trabajar de manera conjunta en detener el influjo de las noticias falsas en la red social. Nada mejor que una fuerza de verificadores entrenados y con motivaciones cívicas para combatir las mentiras donde quiera que surjan. Las razones para dirigir esa carta a un destinatario tan específico eran contundentes: un post muy compartido en Facebook difundió el descubrimiento de una supuesta vacuna contra el sida que resultó ser falsa; en otras ocasiones, post muy virales ayudaron a promover campañas de odio en diversos países de África; y en uno de los casos más graves, una mujer fue asesinada a golpes en Brasil debido a la acusación falsa, difundida en Facebook, de que secuestraba niños para someterlos a rituales de magia negra. “Numerosos estudios demuestran que, independientemente de sus ideología, la gente está dispuesta a aceptar información que se adapta a sus preconcepciones, incluso si es falsa”, indicaba la misiva, firmada por una veintena de organizaciones de cuatro continentes.

 

DISTORSIONES. El dilema acerca de la verdad es que cada vez resulta más fácil fabricar mentiras. Un equipo de investigadores presenta en este video una tecnologóa que permite manipular la imagen en video de personajes y hacerles decir cualquier cosa. 

 

La iniciativa de los fact-checkers planteaba abrir un diálogo sobre los principios que guían la circulación de contenidos en el NewsFeed de Facebook hasta la posibilidad de compartir con su equipo las mejores prácticas para detectar y desacreditar las noticias falsas. “Reconocemos que Facebook también representa una herramienta crucial para difundir información precisa y que puede ser un componente vital de un sano debate público”, decía el documento. Semanas después, la red social anunció un acuerdo de cooperación con organizaciones firmantes del Código de Principios de Fact-checking coordinada por el Poynter Institute. “Usaremos los reportes de nuestra comunidad, junto con otras señales, para enviar historias a estas organizaciones. Si las organizaciones de fact-checking identifican una historia como falsa, se le pondrá una señal de que ha sido discutida y habrá un link al artículo correspondiente que explique por qué. Las historias que hayan sido discutidas podrán aparecer más abajo en el News Feed”.

Al momento en que se produce esta alianza hay más de cien organizaciones dedicadas a la verificación de datos en todo el mundo. Solo una parte, las que operen en Estados Unidos, participará en una experiencia piloto que podría extenderse a otras regiones si todo sale bien. Ninguna otra iniciativa parece tan eficaz para combatir las noticias falsas. Las sugerencias de elaborar listas de sitios bajo sospecha y otras medidas más extremas han sido descartadas porque acarrean peligros de censura que podrían causar aún más daño. En tiempos en que los diccionarios inventan palabras para acostumbrarnos a la falsedad –la llamada posverdad–, hemos descubierto en los verificadores el rol que buena parte de los medios renunció para competir y que los nuevos ciudadanos digitales necesitan. “Las mentiras, propaganda, noticias falsas, odio e incivilidad no serán ‘arregladas’ por ningún producto o algoritmo o ajustes de personal –ha escrito Jeff Jarvis–. Esta es una batalla en la que estamos atrapados para siempre. Así que sigamos luchando”.

__________________________

La elaboración de esta guía ha sido posible gracias al apoyo de Idea Internacional.