Era cuestión de tiempo que alguien inventara un espacio para integrar dos maneras de ver la información. La idea partió de una coincidencia entre un joven corresponsal y dos periodistas veteranos. Burt Herman era un reportero de la agencia Associated Press que llevaba doce años viajando por zona sensibles del mundo, desde Corea y algunos países de la ex Unión Soviética hasta los convulsionados Irak y Afganistán. Entre el 2008 y el 2009, Herman dejó la agencia y optó por una beca para explorar innovaciones periodísticas en la Universidad de Stanford. Desde allí, en la vorágine digital de Silicon Valley, empezó a organizar reuniones de gente interesada en el periodismo y la tecnología. Por esa misma época, Aron Pilhofer, editor del The New York Times, y Rich Gordon, profesor de la Northwestern University, lanzaron desde Massachusetts una convocatoria para formar una red que desarrollara aplicaciones y herramientas digitales para procesar información. Ambas iniciativas coincidían en un concepto: unir a los hacks, un término que alude a la capacidad de los periodistas para producir textos en serie, con los hackers, que son prolíficos escritores de código fuente, el conjunto de instrucciones que hace funcionar las máquinas.9
“Cuando diseño una hoja de cálculo para una nota pienso en las metas: qué quiero saber y cuáles son los posibles patrones en los datos”.
Semejante cruce de lenguajes daría para un episodio de Star Wars: es como si dos razas alienígenas –una respecto de la otra, al menos– hubieran llegado a un acuerdo para cumplir una misión. El único modo posible es intercambiar conocimientos: los periodistas aprenden de los hackers la jerga y principios que rigen el ciberespacio y a cambio los entrenan para usar sus habilidades con el fin de dar sentido a la información. La prueba está en la experiencia del propio Burt Herman. Mientras realizaba su beca, entró en contacto con el programador belga Xavier Damman y juntos se propusieron crear una herramienta que aprovechara el potencial informativo de las redes sociales. El resultado fue Storify, una aplicación que permite reunir fotos, videos, tuits y links para contar una historia que puede ser insertada en cualquier sitio web. “La manera de dar sentido a los medios de comunicación social es a través de la curaduría humana con la ayuda de la tecnología”, ha dicho Herman.
Esta alianza ya está generando cambios en el periodismo global: la comunidad HacksHackers tiene capítulos en ciudades de todos los continentes. En cada lugar ha facilitado la creación de herramientas que permiten procesar grandes cantidades de información. A inicios del 2014, por ejemplo, el capítulo de Rosario, en Argentina, reunió datos del ministerio de Justicia, reportes policiales y artículos de prensa y construyó un mapa interactivo en que uno puede ver el punto exacto en que se produjo cada homicidio ocurrido el año anterior. “El propósito del proyecto era crear una plataforma que permitiera demostrar, a través de la visualización de datos, el incremento de la violencia social en la ciudad”, ha escrito Ezequiel Clerici, uno de los organizadores de esa comunidad. Tiempo atrás, en el 2011, el capítulo de Buenos Aires creó una aplicación que permitía seguir en tiempo real los resultados de las elecciones presidenciales: basta marcar en un mapa el lugar que a uno le interesa y obtiene el dato correspondiente. En cada caso se cumple el último axioma de la era de la información: el problema no son los cambios en los métodos del periodista, sino qué entendemos por hacer periodismo.